miércoles, 20 de octubre de 2010

REFUGIO DE TIEMPO (Nueva Versión)

Los niños jugaban a atrapar la luz, mientras los perros olisqueaban con obstinación sus pantorrillas churretosas. Había en esa escena una triste plasticidad. O una extraña armonía. Porque a cada salto de los niños en busca de los rayos que se filtraban en el recinto, a cada chillido de emoción, los animales se apartaban sobresaltados. Pero enseguida regresaban a su pertinaz tarea, como si pudieran alimentarse de los olores que desprendían las piernas de los pequeños. Y entonces el grupo se recomponía para volver a romperse después.

Al atardecer volverían los estruendos, el miedo, el olor a pólvora, los gritos, las balas, la sangre, el dolor, el fuego, la pena, la pena, la pena; y yo, de nuevo, tendría que enfrentarme a sus lágrimas para decirles que si no sacrificábamos otro nos moriríamos de hambre.


**La versión anterior no me acababa de convencer, y tras los comentarios de Jesus y Gabriel, después de pensarlo mucho, decidí intentar rehacer el micro. Cuelgo una nueva entrada porque los cambios son sustanciales y si modificara la entrada anterior los comentarios no se corresponderían con el texto.

miércoles, 13 de octubre de 2010

CASO PARA HOWARD GARDNER

Juan mira con aire taciturno por la ventana. Ha dejado momentáneamente suspendidas las tareas que le han encomendado para hoy: una redacción fantástica, unos cuantos problemas de fracciones y la representación de unas figuras del sistema diédrico. Más allá de los cristales, sus ojos enfocan a los lejos la silueta de su amigo Dani. Acaba de regatear a dos alumnos de los mayores y su chutazo ha entrado como un obús por la escuadra de la portería. Ahora da saltos de alegría y recibe las felicitaciones de sus compañeros de equipo y asignatura. Su cara está empapada de felicidad. Juan suspira.

Más cerca, en la pista de tenis, su otro amigo, Leandro, recibe consejo del profesor-entrenador de la asignatura de deportes de raqueta: parece que tendrá que mejorar su golpe de revés. Aun así, Leandro se muestra muy receptivo en las explicaciones y asiente. Cuando se coloca para restar, su expresión es reconcentrada: siempre se exprime al máximo por mejorar y no le importa pasarse horas y horas con la raqueta en la mano. Juan resopla.

Y más acá, a la sombra de los plátanos y rodeado de niñas que lo miran boquiabiertas, el chuleta de Enrique, su vecino, entona, guitarra en mano, una balada actual de enorme éxito. Juan entonces mira su mesa atestada de cuadernos, láminas y libros, y en ese momento siente cómo algo parecido a una losa le aplasta el ánimo. ¡Si a él también le apasionan los deportes y la música! ¿Por qué debe pasarse un carro de horas encerrado en clase realizando un montón de actividades que no le gustan demasiado mientras sus dos amigos y el insoportable de su vecino disfrutan haciendo lo que les gusta durante la mayor parte de su tiempo?

No es la primera vez que se lo pregunta. Y ya se ha quejado en casa un montón de veces. Sus padres le explican que no siempre ha sido así, pero que, desde que un psicólogo estadounidense descubrió que cada persona tiene siete u ocho inteligencias diferentes, se hacen una serie de tests para determinar cuáles son las habilidades principales de los alumnos, y que en función de esas capacidades se organizan las clases, los grupos y las asignaturas. A ti, cielo, el test te dio que eres muy inteligente en lengua, matemáticas y dibujo, y debes aprovechar esas capacidades porque no las tiene todo el mundo. Pero es que son un rollo, mamá, yo quiero ser como Dani y Leandro, o como el tonto del vecino. Ya, hijo, pero tú tendrás muchas más posibilidades de encontrar trabajo en un futuro, porque se te dan bien más cosas que a ellos.

El futuro. Intenta consolarse con eso cuando afronta ataques de tristeza y desánimo como el que le ha sobrevenido ahora. Pero lo ve y lo presiente como una cosa tan lejana, tan remota, acaso como una estrella en el cielo, que no acaba de entender el sentido de esa espera tan larga, y menos cuando comprueba que otros, mientras esperan o no esperan, se pasan sus buenos ratos.

En esas tribulaciones anda distraído Juan, cuando un movimiento al otro lado de la ventana capta de nuevo su atención: la niña más guapa del cole, Natalia, por la que a él se le escapa de vez en cuando un suspiro, le planta un beso en la mejilla al imbécil de Enrique cuando este acaba de tocar su canción. En ese momento, Juan, incapaz de sofrenar todo el sentimiento de rabia, impotencia e injusticia que se le viene acumulando día tras día y que ahora se le agolpa en la sangre, se levanta, coge uno de sus libros, lo lanza de forma impetuosa contra el suelo y, ante la mirada perpleja de la profesora y sus compañeros, con los ojos llorosos, brama: “¡Esto no es justo!”.

martes, 5 de octubre de 2010

Concurso La Vanguardia de relatos

Dejo el enlace del relato que ha resultado ganador del concurso de relatos que organiza La Vanguardia digital y al que me presenté con el último relato que colgué. El relato ganador se titula "I feel fine" y su autor es Raúl García Saénz de Urturi.

Desde aquí, doy mi enhorabuena al ganador.