lunes, 21 de febrero de 2011

REVISTA REDES PARA LA CIENCIA

El otro día decía que estaba un poco distraído y que tenía la vena creativa un tanto reseca. Joder, si es que no paran de darme alegrías. Hoy ha salido el número 12 de la revista Redes para la ciencia, del gran Eduardo Punset. En su interior, en la página 73, aparece la nueva versión de mi relato "El sorteo", que colgué por aquí no hace tanto. Como comprenderéis, la alegría que siento es inmensa. Y no puedo sino agradeceros a todos los que os pasáis por aquí haber contribuido a la mejora de mis textos. Creo que os debo una parte importante. Entre otras cosas la seguridad a la hora de escribir. La semana que viene cuelgo la última de las sorpresas tan agradables que me ha deparado este febrero de 2011.

lunes, 14 de febrero de 2011

BABYLON MAGAZINE: sorpresa mayúscula


Bueno, esto de la red, de la comunicación globalizada, llega a deparar sorpresas mayúsculas como la que me he llevado hoy. Resulta que andaba paseando distraído por el buscador Bing después de haber introducido mi nombre en el motor de búsqueda (recurrente pérdida de tiempo a la que me entrego a menudo), cuando he visto mi nombre relacionado con el blog del ilustrador Juan García, a quien hasta hoy no tenía el gusto de conocer. Cuál es mi sorpresa cuando veo que ha ilustrado mi micro "La espera". Sorpresa que se ve incrementada cuando compruebo, además, que esa ilustración se ha publicado en el número 13 de la revista Babylon Magazine. Voy a la página web de la publicación para consultar la versión online y, efectivamente, en las páginas 86-87 (con lo cual a doble página) figura la ilustración con mi relato y su traducción al inglés sobreimpresos. La versión del micro es la inicial, algo más extensa, más lírica y más oscura que la que colgué por aquí no hace tanto. En fin, os dejo la ilustración sin el texto sobreimpreso. El montaje completo lo encontraréis en la versión online de la revista (páginas 86-87):

http://issuu.com/babylonmagazine/docs/bm13/86


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*Lo que sí me sorprende bastante es que una revista que hace tiradas de 40.000 ejemplares y distribuye en más de 40 países publique una obra sin el consentimiento de su autor. Porque a mí nadie me ha pedido autorización para publicar. No sé hasta qué punto eso es legal.

*Respecto a la publicación sin consentimiento todo aclarado y resuelto, como comento más abajo. No medió la mala fe sino un error humano. Así que nada, muchas gracias a Babylon Magazine por la publicación.

miércoles, 2 de febrero de 2011

CONCURSO "LOS POBRES DESGRACIADOS HIJOS DE PERRA" DE TUSQUETS


Ayer recibí un mail de Tusquets en el que me comunicaban que mi relato "Inseparables" ha sido seleccionado como uno de los cinco ganadores del Concurso "Los pobres desgraciados hijos de perra", organizado para patrocinar el nuevo libro de Carlos Marzal. El premio es ese precisamente: un ejemplar de la obra y dos camisetas exclusivas. No es demasiado suntuoso, pero yo estoy más contento que unas castañuelas. De momento solo han publicado el resultado en la página de Tusquets en Facebook, y hay que hacer un pequeño esfuerzo para encontrarlo. A ver si lo cuelgan en la página oficial del concurso.

Os dejo el relato.


INSEPARABLES

Los recuerdo metidos en el armario de la habitación del hotel, balbuceando cosas sin sentido, atacados a cada momento por una risita espasmódica que les aflojaba el equilibrio y los obligaba a apoyarse el uno en el otro. Cualquiera que los conociera un poco sabía que estaban exagerando el efecto de unas cuantas caladas que habían dado a un porro por las calles del centro de Sevilla. Cualquiera que los conociera un poco, y yo los conocía bastante, sabía que les gustaba ser el centro de atención permanente. Así que estaban sobreactuando. Pese a todo, su actitud provocó que algunos compañeros se asomaran preocupados a nuestra habitación e insistieran en preguntarles si se encontraban bien. Fue en nuestro viaje de fin de curso del instituto. Y quizás retuve aquella imagen porque significaba una tregua y porque definía muy bien la relación de ambos con el mundo. Las otras dos imágenes, la que antecedió y la que sucedió a esta, eran más habituales, y definían, mejor aún, su atormentada relación de amigos inseparables.

El día anterior creí que se mataban. Se habían enzarzado por una banalidad, como siempre, pero en un momento de la discusión se produjo una alusión punzante de uno al orgullo del otro. Lo cierto es que esta vez las palabras se envenenaron de forma involuntaria. Porque lo que no sabía Hugo, que por aquella época salía con Sandra, es que Darío también llevaba un mes enrollado con ella. Me había confesado que estaba enamorado hasta las trancas, que se tambaleaba por dentro cuando la veía y que el suelo se deshacía bajo sus pies cuando la besaba, que entonces creía flotar. Chocaba escucharlo hablar así mientras Hugo se recreaba contándome sus avances y descubrimientos por el cuerpo adolescente de Sandra. Así que cuando en un momento de la discusión, Hugo dijo que a él al menos se la chupaban, algo muy profundo se le revolvió a Darío, que le lanzó un puñetazo a la boca. No fueron solo celos. Fue esa impudicia arrogante y vulgar con la que Hugo habló nuevamente de su intimidad con Sandra. Acabaron con un labio partido uno y con un ojo morado el otro. Y por la noche los vi borrachos y abrazados en un bar, susurrándose torpemente que a pesar de todo siempre serían amigos.

No recuerdo bien cómo terminamos en la habitación de aquellas italianas. De hecho, nada de lo ocurrido aquella última noche resulta demasiado preciso en mi memoria ante la nitidez de un único instante, alrededor del cual parece diluirse todo lo demás. Creo ver al milímetro el momento en que la botella salió de la mano de Hugo. Entonces el aire pareció perder densidad y la botella trazó una recta vertiginosa hasta crujir en la cabeza de Darío, que cayó desplomado. Recuerdo la expresión de horror de las cuatro italianas, sus gritos aterrados, la sangre que inundó inmediatamente la cara de Darío, los cristales rotos desperdigados por la moqueta, el rumor de pasos acelerados que empezó a llegar del pasillo, la mirada perdida de Hugo. La transparencia que adquieren aquellos segundos en mi cabeza difumina todo lo que sucedió antes: creo recordar a Hugo en una cama haciendo manitas con una de las italianas; creo recordar que esa italiana había piropeado a Darío y que por eso Hugo se había metido en su cama; creo recordar que en algún momento Hugo y la italiana empezaron a besarse; y creo recordar perfectamente que en aquel instante Darío lanzó un dardo que cortó el aire: “Ya no te importará saber que Sandra también me la chupa a mí”.