jueves, 18 de agosto de 2011

ALGUNOS ASPECTOS SOBRE EL MICRORRELATO I


A propósito de la extraordinaria reflexión que el otro día colgó el profesor Antonio Serrano Cueto en su blog, titulada "La banalización del microrrelato", y del debate prolífico que se generó, tanto en el propio blog del autor El baile de los silenos, como en la red social Facebook a partir del enlace a la entrada que compartió Jesus Esnaola, pensé en que podía resultar interesante divulgar aquí un par de apartados de un trabajo de Doctorado que realicé en la UAB para una asignatura sobre el microrrelato impartida por Fernando Valls. Ofreceré dos entregas, y el recorrido por los orígenes del microrrelato y por su tipología son bastante someros porque formaban parte de un trabajo mayor en el que estudiaba los microrrelatos de Andrés Neuman. Dichos apartados, además, escritos hace seis años, no tienen en cuenta, ni mucho menos, la extraordinaria proliferación del género en los últimos tiempos gracias a las nuevas tecnologías, y están ligeramente desfasados en sus referencias bibliográficas, pues en estos seis años la cantidad de estudios relativos al microrrelato ha sido ciertamente abundante. Como digo serán dos partes: en la primera se aborda el origen de la micronarrativa y sus antecedentes de género, y en la segunda, entroncando más con el artículo de Antonio Serrano Cueto, se intentan acotar un poco los límites de lo que es o no es un microrrelato analizando su diferente tipología. Ahí lo dejo:

1.1 Origen, motivaciones y antecedentes genéricos

La propia naturaleza del microrrelato, esto es, su carácter híbrido, proteico, multiforme, el hecho de que recupere y revise géneros de tradición clásica tales como el aforismo, la sentencia, la anécdota, la fábula, la parábola, así como temas y fórmulas más propios de la tradición oral o del folclore, provoca que las versiones acerca de sus antecedentes de género sean múltiples. Así, por ejemplo, Lagamnovich (1996: 23-25) lo vincula, a través del rasgo definitorio de la brevedad, al haiku japonés. El crítico argentino no considera propiamente que el poema breve de origen oriental sea un antecedente directo del microcuento hispánico, pero recurre a él en su estudio en tanto en cuanto se trata de una forma de expresión literaria muy arraigada que explota sus potencialidades mediante una extrema concisión formal. Por lo demás, Lagmanovich se vale de la oposición entre el haiku y el microrrelato para definir las características principales de este último. Juan Armando Epple (1988: 31-33) por su parte, establece un origen básicamente dual: la micronarrativa, en sus diferentes materializaciones, recoge ecos tanto de la tradición oral o folclórica como de la tradición culta o –como él la llama– “libresca”. Respecto al primer caso, “son textos que buscan plasmar a la vez la frescura coloquial del lenguaje de una comunidad y sus claves culturales. El narrador es sólo una figura intermediaria que oye y transcribe una historia cuya autoría se adjudica a la comunidad”. En relación con aquellos relatos que mantienen una relación intertextual con la tradición clásica Epple destaca la predilección de muchos cultivadores de la minificción por la fábula. Ésta abandona en su versión contemporánea su voluntad eminentemente moral y aleccionadora para, a través de la ironía y la sátira, mostrar una visión descarnada de los males de las sociedades actuales. Tal y como señala Enrique Turpín (2001: 732) en su estudio sobre el funcionamiento de la fábula actual “la ironía tiende, por su propia naturaleza, a proporcionar las herramientas que conducen a descubrir la realidad subyacente en las apariencias”. En cambio, Pilar Tejero (2001: 713-728) considera que el germen de la micronarrativa hay que buscarlo en la tradición literaria de la anécdota, cuyo origen, en la cultura occidental, se remonta a la Antigüedad clásica. Tejero, además, y eso es lo más novedoso de su planteamiento, "no reconoce que el microrrelato sea un producto de la revolución literaria puesta en marcha por el Modernismo o los movimientos vanguardistas de principios de siglo XX". Es decir, en general la crítica, pese a no acabar de coincidir a la hora de establecer el antecedente genérico del microrrelato, se muestra bastante unánime en cuanto a determinar las causas que motivaron su aparición. Y parece que esas causas tienen bastante que ver con un cambio en la concepción del mundo coincidente con el cambio de siglo. Los movimientos rupturistas tanto del Modernismo como de las vanguardias se propusieron acabar con los grandes discursos totalizadores del siglo XIX. Se inetentó explorar una vía diametralmente opuesta, según la cual la realidad no sólo se explicaba a través de una perspectiva unívoca y totalizante. A este respecto funcionaría como ejemplo paradigmático la máxima que Ortega y Gasset ofreció en Meditaciones del Quijote: "hay tantas realidades como puntos de vista". Esa nueva manera de encarar el mundo, esa predilección por el fragmentarismo y la simplificación del discurso, no sólo afectó al ámbito de la literartura, sino que se extendió en el ámbito de las artes en general y en el filosófico. Valls (2001: 642) menciona a los filósofos Nietzsche y Schopenhauer como figuras capitales y precursoras de la nueva cosmovisión. Lagmanovich (1996: 21) recuerda que el rechazo por la ornamentación exagerada, por lo superfluo, y el consiguiente gusto por lo esencial, por lo estrictamente necesario, fue una corriente que englobó todas las artes de la modernidad: ofrece como ejemplos la música de los compositores vieneses de principios de siglo (Schonberg, Webern) y la experiencia constructiva de la Bauhaus alemana. También sería pertinente el caso de pintores vanguardistas como Piet Mondrian cuya máxima principal fue la simplificación extrema de las formas y los colores. Por decirlo de alguna manera, con la entrada en el nuevo siglo, el todo, el universo, se podía manifestar en lo más nimio, en lo más insignificante. En ese contexto se gesta el microrrelato, aparece justo ahí, en un momento en el que hay un importante caldo de cultivo a partir del cual poder potenciar al máximo las posibilidades de lo breve. Difícilmente se puede desvincular esa nueva expresión literaria de las corrientes artísticas y de pensamiento que hay de fondo. La búsqueda en las fuentes clásicas sería posterior a la finalidad primera del microrrelato. Por decirlo así, primero existe la voluntad artística de cultivar lo breve y después se rastrean las fórmulas que mejor encajan en esa nueva manera de afrontar la experiencia literaria. No al revés como pretende Tejero. De ahí también la dificultad expuesta unas líneas más arriba acerca de los antecedentes de género, porque cada autor recurre según su conveniencia y su criterio artístico al género que él considera que se adapta mejor a la nueva estética. Por lo tanto, habrá tantas influencias genéricas como tipos de microcuentos. El estudio de las fuentes debería ser consustancial al de la tipología, y como se verá en el siguiente apartado, no resulta tarea fácil determinar cuántos tipos y subtipos de microcuentos existen, con lo cual no es de extrañar la controversia que suscitan ambos. Así las cosas, el único aspecto sobre el que parece que no existen demasiadas disensiones es el hecho de que el microrrelato, sea cual sea el género que toma como ejemplo, tiene como principal rasgo definitorio la extrema brevedad compositiva y que ésta responde a una nueva percepción de la vida. De esta forma, la minificción se convierte en un género testigo de su época que refleja de forma bastante explícita algunas de las caracterísicas principales de la posmodernidad. En una sociedad, la occidental, en la que el principal imperativo es la prisa y la productividad, el microrrelato concentra su genio literario en pequeñas pinceladas, en breves destellos de lucidez. No hay lugar ni tiempo para lo digresivo, para lo superficial, para lo fútil. A este respecto, el escritor norteamericano Charles Johnson parece dar en la clave de esa relación que mantiene el microrrelato con su época:

La narración ultracorta es, si no otra cosa, sintomática de una época en la que la velocidad lo es todo, en la que se admira al Concorde porque ahorra tiempo, y en la que nuestros ritmos han sido condicionados por programas que interrumpen a intervalos de nueve minutos para dejar paso a los anuncios; una era de "resúmenes y compendios" que produce vídeos musicales de tres minutos para adolescentes, a base de cortas concentraciones de atención; restaurantes de comida y divorcios de veinticuatro horas ¿Hay quién ponga en duda que para el lector fatigado, acosado por la falta de tiempo, con docenas de cosas que disputan su atención, la narración ultracorta no es otra cosa que la versión literaria de un pinchazo rápido de heroína?

Así pues, la micronarrativa, por encima de sus múltiples posibilidades de materialización, quedaría definida en gran parte por su brevedad. Pero, como ocurre siempre en literatura, cualquier definición de género plantea dudas e inconvenientes, además de que la práctica literaria se encarga a menudo de ofrecer contraejemplos. Un microrrelato en efecto ha de ser breve, pero ¿"cuánto"? ¿Qué extensión es la mínima y, sobre todo, cuál la máxima? ¿Dónde acaba un microrrelato y empieza un cuento de corte más clásico? Y, aun estableciendo un límite, ¿cuáles son las marcas que diferencian a un microcuento de un poema en prosa o del puro aforismo? Los interrogantes planteados no hallan una fácil solución. Si se adopta una actitud excesivamente normativa siempre se corre el riesgo de incurrir en la redacción unos decálogos que aportan una visión muy limitada de la realidad literaria. Pero si se es demasiado condescendiente existe el peligro de considerar el género como una especie de cajón de sastre en el que cabe cualquier texto hiperbreve. Desde aquí se intentará realizar una aproximación de carácter descriptivo a las diferentes formulaciones que se dan en el ámbito de la micronarrativa y a partir de ese análisis y de las diferentes teorías ofrecidas por la crítica intentar establecer cuáles son los mecanismos que funcionan en un microrrelato y que lo distinguen de otros géneros. El problema de la extensión es mucho más complejo por cuanto también puede llegar a depender de cuestiones tipográficas. Es decir, si se toma como medida de referencia la página –por ejemplo, considerar que un microrrelato debe ocupar entre una página y una página y media, a lo sumo dos– entonces entran en juego factores como el tamaño de fuente que manejan las editoriales. Tampoco parece que fundamentar la delimitación de género en un recuento exacto de las palabras que componen un texto sea un criterio que dé respuesta satisfactoria a la complejidad de la cuestión. Por lo tanto, los márgenes de la extensión serán siempre difícilmente delimitables "quizá porque no es ésa la cuestión principal"[1].



[1] Fernando Valls, “La ‘abundancia justa’: el microrrelato en España”, El cuento en la década de los noventa, José Romera Castillo y Francisco Gutiérrez Carbajo (Eds.), Visor, Madrid, p. 645.

6 comentarios:

  1. Lo he conservado en mi correo
    Gracias!

    Un abrazo

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  2. Gracias, Iván, por la alusión y te agradezco el texto que ofreces, que espero sea clarificador para muchos. Orlando Romano se ha sumado a esta especie de "dignificación del microrrelato" desde Argentina. Un abrazo.

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  3. Gracias Iván, me lo guardo para imprimir y leer en el fin de semana.

    Abrazo

    Rosana

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  4. Patricia y Rosana, gracias a vosotras por pasaros. Tiro de tópico: un texto -el que sea- nada es sin unos lectores que lo completen y le den sentido.

    Y Antonio: gracias a ti por la lucidez de tu artículo, que fue lo que me animó a hacer esta modesta aportación teórica.

    Gracias a los tres, en definitiva.

    Abrazos triples.

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  5. Mil gracias, Iván, una aportación muy interesante. Pese a mi nula formación académica siempre me ha interesado la parte teórica de esto que llamamos microrrelato. El otro día hablaba de la asunción de posiciones didácticas de los escritores y a esto me refería.

    Un abrazo

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  6. Jesus, te debo la ocurrencia de colgar estas dos entradas. De tu enlace al artículo de Antonio que generó ese fructífero debate en facebook, saqué la idea de recuperar ese trabajo de Doctorado del que casi ni me acordaba (así de frenética pasa la vida). Seis añitos desde entonces. Casi ná.

    Devuelvo el abrazo.

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