El
rugido de siempre la expulsa del sueño, el sueño como intervalo precario del
miedo: el padre blasfema mientras va y viene, mientras golpea lo primero que
encuentra a su paso. Ahora parece que arrastra una escalera. Y el rugido
vuelve: ni se os ocurra tocar el cuadro de la luz, ¿me oís, desgraciadas?, ¿me
oís, las dos?, voy a ver si arreglo la puta lámpara.
Entonces
la niña se levanta sigilosa, coge un taburete, camina por el pasillo, dirige
sus ojos temblorosos a la puerta entornada tras la que está el padre, y avanza,
con sus pasos de arena, hacia el recibidor. Un pequeño sobresalto al llegar:
allí está la madre, que, al notar su presencia, la mira con el ojo que puede
mantener abierto. Las dos observan un momento el cuadro de la luz. Vuelven a
mirarse: tres ojos encharcados que hablan con un miedo antiguo. La niña
asiente. Asiente mientras aprieta la mano madre.
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Este microrrelato llegó a las deliberaciones finales del VI Microconcurso de La Microbiblioteca en el mes de noviembre. Junto a conocidos y amigos como Rafael Olivares, David Vivancos y Elisa de Armas.
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