Hay un silencio de ídolo caído, a pesar del rugido
del motor. El chico de quince años, desde el asiento de atrás, observa el perfil
mineral de sus tíos. Y sigue concentrado en ese silencio como de algas que anestesia
su memoria. De repente, despunta un sonido delgado y grotesco que rompe ese equilibrio.
Una pieza desajustada de la furgoneta, quizás. El sonido es la hoja desdentada de una sierra, la risa de un
duende esquizofrénico. El ruidito persiste, en el tiempo y en su ridiculez. E
irrumpe, efervescente, en la cabeza del chico, quien comienza a experimentar un cosquilleo
intenso por detrás de la nariz.
A continuación viene la mueca: se abren las aletas
nasales, las comisuras de los labios se estiran y las cejas se arrugan. El
chico intenta contener una fuerza que arranca desde algún lugar oscuro, impulsada
por el chirrido cínico y persistente. Pero el estallido es inevitable. Al chico
se le escapa una risa nerviosa, acompañada de un movimiento frenético de
hombros. Al cabo de pocos segundos, sin embargo, ese sonido de rueda pinchada va abriéndose lentamente. Y se retrae para
tomar impulso: se desplaza hacia la epiglotis, hacia la laringe, hacia la
conciencia. Desde esas profundidades, la risa emerge de otra forma, inflamada y llena de aristas, resquebrajada, también, e impregna
el interior de la furgoneta de un relieve macabro. Ahora es una risa gigantesca
y negra.
La tía, entonces, se vuelve ligeramente: ha empezado a llorar otra vez. El tío conserva su perfil mineral, mientras aminora la marcha, realiza un par de maniobras y estaciona la furgoneta. El ruidito por fin cesa. La carcajada, también. Y se impone de nuevo el silencio, aunque ya no sea el mismo. Los tres bajan del vehículo. Abrazados y cabizbajos, se encaminan hacia la entrada del cementerio.
La tía, entonces, se vuelve ligeramente: ha empezado a llorar otra vez. El tío conserva su perfil mineral, mientras aminora la marcha, realiza un par de maniobras y estaciona la furgoneta. El ruidito por fin cesa. La carcajada, también. Y se impone de nuevo el silencio, aunque ya no sea el mismo. Los tres bajan del vehículo. Abrazados y cabizbajos, se encaminan hacia la entrada del cementerio.
_____________________
El oscuro relieve del tiempo. Figueres: Cal·lígraf. 2015
No hay comentarios:
Publicar un comentario